- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Quién te invitó a mi casa?
- ¿A tu casa? ¿Quién está hablando?
- ¡Soy yo!
- ¿Tú?, ¿quién?, ¿dónde estás?
- ¡Aquí! Detrás del árbol que tienes a tu derecha.
Marcelo miró en esa dirección y vio la cabeza de un conejito que se asomaba con mucha precaución.
- ¿Vienes solo?
- No, con mis padres. Ellos están preparando la comida allí, junto al lago.
- ¿Traes armas?
- ¿Armas…? ¿Para qué?.
- Para lo que son las armas, para matarme.
- ¡Nooooo!. Soy un niño, no tengo armas. ¡Y tampoco las quiero!
- ¿Estás seguro?
- ¡Claro!. ¿No ves cómo está el mundo? Bueno... no sé si lo sabes… ¡como eres un conejo! Mucha gente mayor hace la guerra y se mata. Y matan a niños, que no tienen culpa de nada.
El
conejo notó enseguida que aquel niño era bueno y no le haría daño, así
que decidió acercarse a él para continuar la conversación.
- ¿Me dijiste antes que esta es tu casa?
- Sí, aquí vivimos muchos animales.
- Pero esto es el campo… es de todos…
- Bueno, eso es lo que se suele decir. Pero yo creo que es nuestro y… de los humanos que vienen y lo respetan.
- No te entiendo bien…
- ¡Pues está claro, amigo! Tú vives en tu casa y la cuidas. Esta es mi casa y la protejo. Pero hay gente que viene a pasar un día y deja la basura tirada, en vez de usar los contenedores; otras personas talan árboles; muchas nos matan; algunas provocan incendios…
- ¡No sigas! Creo que te estoy comprendiendo.
- Marcelo, hijo, ¿qué haces?. Ven ya.
Laura llamó a su hijo para almorzar.
Marcelo se acercó a conejo y lo acarició.
- ¡Eres muy suave! Nunca olvidaré lo que me has contado.
El
conejo regresó detrás del árbol y vio cómo se alejaba Marcelo. Se quedó
un poco triste, pero era mayor la alegría de haberse encontrado con un
niño de buen corazón, que cuidaría siempre la naturaleza.
María E. Espina Gutiérrez
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